- Y desde que los detuvieron hasta que los asesinaron ¿Qué pasó?
- Primero los llevaron a Falange y les dieron de beber aceite de ricino. Luego, al conco Joan se lo llevaron a lo que llamábamos «Hospital», que era una especie de hospicio. Y al conco Climent al cuartel de la Guardia Civil.
- ¿Y qué pasó?
- Al conco en Climent le obligaron a borrar con la nariz, con las mejillas y con la boca, una hoz y un martillo que habían pintado en la pared cuando las últimas elecciones […] mientras, había mujeres que saltaban de alegría: «Matau-los, matau-los». Por la noche mi madre fue a visitarlos […]
- ¿Fueron ustedes a despedirlos?
- Mi madre, con la esposa del conco en Climent, su hijo y su cuñado, estuvieron en la estación, que estaba abarrotada. «Hi havia tot el poble: matau-los, matau-los». Esto ocurría el 22. Y el 23 ya estaban en el cementerio de Palma.
- ¿Y dónde hallaron ustedes un poco de consuelo?
- En la iglesia, no. Don Lluís Crespí, el rector, encrespó más los ánimos. En los vecinos, tampoco. Delante de mi casa vivía una mujer que tenía una nietecita de dos meses y a voz en grito le hacía mimaduras: «Marieta, digues “Arriba España”. Esta es la consideración que nos tenían. A los diez días de la muerte de mis tíos el ayuntamiento convocó al pueblo para derribar lo poco que se había construido de la plaza de abastos. La gente acudió en masa. Y trasladó en carro los escombros hasta el solar en donde se habían iniciado las obras del grupo escolar.
El Dominical de Ultima Hora; diumenge 27 de juny de 2004; pàgina VI.
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