28 de desembre 2005

Catalunya triomfant o Catalunya declinant?


Ja s'ha suscitat el debat, i he tingut l'oportunitat de què hagi aparegut al diari El Mundo de dia 28 de desembre la primera rèplica al meu article.

EL TELESCOPIO
Catalunya triomfant o Catalunya declinant?

ANTONIO ALEMANY DEZCALLAR


En realidad no pretendo terciar en la polémica que protagonizan en estas páginas un catedrático de Historia del Derecho como Román Piña y un, creo que joven, profesor de Derecho Constitucional llamado Antonio Bennàssar, polémica que sería interesante si fuera, de verdad, polémica, es decir, un toma y daca argumental tras haber fijado y delimitado el sujeto del debate. No ha sido así, como suele ocurrir frecuentemente con los catalanistas: frente a un Román Piña que plantea la discusión en términos históricos -la supuesta pérdida de una soberanía catalana que jamás existió- la respuesta es una retahíla de tópicos típicos del discurso nacionalista convertido en una especie de pared de frontón que devuelve siempre y de la misma forma la pelota.

Pero lo que me ha llamado la atención de esta polémica es que el profesor Bennàssar no entrara en una cuestión, a mi juicio clave, tanto desde el punto de vista histórico como desde el presente panorama generado por el proyecto de Estatuto catalán y que pertenece a la especialidad -es, en realidad, su sujeto central- del citado profesor: la soberanía, dónde está residenciada y quién la detenta. Antes y ahora, en la Historia y en este preciso momento procesal que los catalanistas quieren constituyente.

Esquemática y simplificadamente, el argumentario catalanista suele ser el siguiente y no escapa a la norma el profesor Bennàssar:

Primero. Cataluña ha sido sistemáticamente agredida por España, lo cual es metafísicamente imposible puesto que España es, histórica, sociológica, económica y políticamente una creación de todos los que formamos parte de ella, teniendo Cataluña y los catalanes un papel importante en esta gestación y consolidación de la Nación y del Estado común. España no agrede a Cataluña porque nadie se agrede a sí mismo.

Segundo. Parafraseando a Hobsbawm, el catalanismo es un perfecto ejemplo de esto que el autor marxista -y no por marxista, menos lúcido- llama, en conocido libro, la invención de la tradición. Los catalanistas se inventan una tradición, es decir, una Historia de victimismo que, a estas alturas de la historiografía - catalana, del resto de España y del hispanismo anglosajón y francés- no aguanta un sólo round. La invención consiste en transformar conflictos sociales internos de Cataluña o un conflicto internacional -la guerra de Sucesión- o la guerra civil española -que fue, también, guerra civil en Cataluña y entre catalanes- como una agresión a Cataluña. Por no hablar de otras más fabulosas invenciones como es, en pecado de lesa Historia, interpretar la Edad Media, la conquista de Mallorca o el Reino de Aragón -del que se apropian impudorosamente- en clave de un catalanismo político del siglo XX que ya se habría manifestado avant la lettre 800 años antes.

Tercero. El proyecto de Estatuto catalán es el último episodio de este victimismo y que se plantea desde una falsedad, que, concretamente un profesor de Derecho Constitucional, debería, por lo menos, desbrozar con el instrumental metodológico que le confiere su especialidad. Cataluña, como alta parte contratante, propone a España una nueva forma de vertebración del Estado y lo hace desde la legitimidad, que se exhibe con tanta imprecisión como deshonestidad, que le confiere el voto del 90% de su parlamento autonómico. De entrada, Cataluña no es alta parte contratante de nada: no hay, en el origen y consolidación de España y su Estado, ningún pacto federal y, mucho menos, confederal que pudiera siquiera levemente autorizar estas audacias. Pero hay algo peor y especialmente perverso en esta farsa: lo que un procesalista llamaría ausencia de legitimidad para personarse en un auténtico proceso constituyente que arrambla con la Constitución como han reconocido prácticamente todos los tratadistas sin excepción y todas las fuerzas políticas -incluido el PSOE del irresponsable ZP- con la excepción de los nacionalistas vascos y catalanes.

¿Cómo se atreven ustedes -nos espetan- a cuestionar la legitimidad de este proyecto estatutario cuando los legítimos representantes del pueblo catalán lo han suscrito en un 90%? Pues claro que de forma casi unánime se cuestiona esta legitimidad. Este 90% del Parlamento fue elegido exactamente para integrar el cuerpo legislativo catalán, no para iniciar un proceso constituyente, ni en Cataluña ni en España. La soberanía de este Parlamento catalán no es originaria, sino derivada de la soberanía encarnada por las Cortes que, a su vez, derivan de una Constitución impulsada y aprobada por el único y excluyente poder constituyente del país: el pueblo español. Los catalanes votaron abrumadoramente esta Constitución. Y lo hicieron siguiendo las pautas establecidas en todas las democracias occidentales: elección de unas Cortes única y exclusivamente para redactar la Constitución y proponerla, mediante referéndum, al único detentador de la soberanía, disolviéndose a continuación. Los representantes autonómicos no son quienes para subrogarse en el poder constituyente y lo están haciendo, aquí y ahora y con este proyecto de Estatuto. Sólo un irresponsable como Zapatero, con total ausencia de sentido del Estado, puede dar cancha a semejante despropósito.

Y, cuarto. Dice Bennàssar que, si se aprueba esta tropelía, al menos en los términos en que está redactada, podría llevar a una Catalunya triomfant, rica i plena. No parece que la generosa autonomía que tiene Cataluña haya ido en esta dirección, sino al revés: una Cataluña ensimismada y cada vez más provinciana, superada en dinamismo por Madrid y Valencia, instalada en un autismo autoritario e interventor que convierten en irreconocible la que antaño era referente de lo liberal y lo progresista, con una prensa acrítica y una orwelliana policía de la virtud lingüística cuyas únicas diferencias con las policías de la moral de los países islámicos son -por el momento- de grado y que en lugar de perseguir a las mujeres islámicamente incorrectas persigue a los ciudadanos catalánicamente incorrectos. Mi impresión es que estamos ante una Catalunya declinant que cada vez interesa menos al resto de españoles, como lúcida y amargamente advirtió Arcadi Espada.

26 de desembre 2005

Catalunya triomfant


Article publicat a El Mundo - El Día de Baleares el dia 26 de desembre de 2005:

Catalunya triomfant

ANTONI BENNASSAR

El proppassat dilluns 19 de desembre el doctor Román Piña, catedràtic d'Història del Dret i director del Departament de Dret Públic de la Universitat de les Illes Balears, escrivia un article en aquest diari titulat Esperando debatir con Antoni Bennàssar. L'al·ludit, evidentment, era el que subscriu, i, amb aquestes breus línies, intentaré debatre alguns dels punts exposats pel doctor Piña.

En primer lloc, he d'agrair la deferència que ha tingut el professor Piña de llegir i comentar el meu article, publicat al DM, L'anticatalanisme en la política espanyola. Sempre és agradable que un catedràtic de prestigi i col·lega de facultat analitzi les opinions d'hom i en discrepi. Forçosament ha de sorgir de les disputes dialèctiques entre els professors d'universitat un debat intel·lectual profitós per al conjunt de la societat. En aquest sentit, fa temps que manifest que la nostra universitat s'hauria de convertir en avantguarda intel·lectual de la societat, cosa que, malauradament, en moltes ocasions no esdevé.

Distingiré, al present escrit, tres parts ben diferenciades. Per un costat, es trobaria la pèrdua de les llibertats catalanes al segle XVIII; per un altre, la guerra civil i el conflicte nacional a l'Estat espanyol; i, per últim, la dinàmica de confrontació anticatalanista que, des de la dreta espanyola, es duu a terme amb motiu del projecte de nou Estatut per a Catalunya.

La derrota a la Guerra de Successió i la promulgació dels decrets de Nova Planta suposà, per a la Corona Catalanoaragonesa, que el nostre Dret públic quedàs estroncat, que les nostres institucions d'autogovern fossin abolides, i que la llengua pròpia fos prohibida de manera gradual en l'ús oficial, i s'iniciàs una diglòssia que encara perdura. No sé si això es pot considerar pèrdua de llibertats nacionals, ni si al segle XVIII podíem definir el nostre territori com a nació o nacional, però sí que sé que implicà la pèrdua de les llibertats col·lectives bàsiques que ens havien caracteritzat, fins aleshores, com a poble.

La II República, emergida espontàniament i inesperadament de les urnes, es proclamà el 14 d'abril de 1931. Es tractava d'una república que havia nascut definida per dues banderes: la tricolor castellana-comunera i la quadribarrada catalana; i fou el republicanisme catalanista un sector ideològic cabdal que promogué l'ensorrament del sistema monàrquic. Així, insignes polítics catalanistes com Carrasco Formiguera (Acció Catalana), Maties Mallol (Acció Republicana de Catalunya) i Jaume Aiguadé (Estat Català) foren partícips i promotors del Pacte republicà de Sant Sebastià (17 d'agost de 1930), el qual culminaria, mesos després, en la caiguda del règim corrupte d'Alfons XIII. Recordem també que quan Francesc Macià proclamà, des de la plaça de Sant Jaume, la República Catalana com a Estat integrant de la Federació Ibèrica ho va fer «d'acord amb el president de la República Espanyola, señor Niceto Alcalá Zamora, amb el qual hem ratificat els acords presos en el Pacte de Sant Sebastià». D'aquesta forma, la República donà forma jurídica i substància política a les aspiracions nacionals del poble català, malmeses feia dos-cents anys.

El cop d'Estat militar i dretà de juliol de 1936 que desfermà la guerra civil estigué marcat, segons el meu punt de vista, per tres grans factors: la qüestió social, amb una societat en què les diferències de classe eren brutals; la qüestió religiosa, amb un còctel d'ultracatolicisme reaccionari, francmaçoneria republicana i ateisme anarcosocialista que acabà, com no podia ser d'altra manera, esclatant; i, per últim, la qüestió nacional. Així, podem afirmar que el cop d'Estat dels militars africanistes, que tingué el suport de la dreta monàrquica i el moviment pseudofeixista de Falange, tingué en l'espanyolisme un element ideològic innegable. No seré tan ingenu d'afirmar que l'espanyolisme dretà fou l'única causa de l'enfrontament civil, però que constituí una de les bases que donaren cobertura ideològica a l'alçament del bàndol «nacional» resulta innegable. Les conseqüències per a Catalunya d'aquest alzamiento foren, durant més de quaranta anys, ben clares: pèrdua de l'autonomia, intent de destrucció identitària, persecució lingüística, repressió i exili dels compromesos amb el país, etc. El bàndol guanyador de la guerra, a partir de 1939 i tal com havia passat l'any 1714, havia volgut imposar la seva visió nacional sobre la terra reconquerida.

La Constitució de 1978 obrí una esperança enorme per al poble català. Se li possibilità l'accés a l'autonomia, el recobrament de les llibertats, la recuperació lingüística i cultural i la reconstrucció dels signes d'identitat que havien caracteritzat Catalunya com a poble. La Constitució i l'Estatut de Sau foren la primera passa, però no la definitiva. Ara, vint-i-set anys després de l'aprovació del text constitucional, el poble català, mitjançant la decisió de quasi el noranta per cent dels seus representants polítics, ha enviat a les Corts espanyoles una proposta de nou Estatut d'autonomia.

La resposta des de sectors polítics intransigents ha estat un atac despietat al text, com també des de determinats personatges, al poble català mateix. Campanyes esperpèntiques i ridícules com la del boicot a productes catalans són botó de mostra d'aquesta situació. La vertadera preocupació d'aquests sectors, segons el meu parer, és que un nou Estatut fonamentat en l'entesa de la majoria de les Corts espanyoles i el Parlament de Catalunya podria ser una passa ferma cap a un encaix diferent de Catalunya dins Espanya. Un encaix forjat no des de la imposició sinó des del pacte. Un encaix que, ben segur, podria portar, durant els pròxims anys, a una Catalunya triomfant, rica i plena.

Antoni Bennàssar es profesor de Derecho Constitucional de la UIB

23 de desembre 2005

L´Estat del benestar alemany


Article publicat a la pàgina 42 del Diario de Mallorca del dia 23 de desembre de 2005:

L´Estat del benestar alemany

ANTONI BENNÀSSAR MOYÀ

Alemanya tingué, des dels començaments de la Revolució Industrial, un moviment obrer incipient concentrat a les grans ciutats. Aquest fet provocà que nasqués a l´Estat teutó el primer gran partit socialista europeu, el SPD. La Constitució de Weimar (1919), impulsada per la socialdemocràcia alemanya, fou el primer text constitucional europeu que reconeixia els principis generals de les polítiques socials públiques. La República Federal Alemanya (1949) es convertí, seguint l´estela de Weimar i després de la fosca nit nazi, en un model exemplificant d´Estat del benestar: establí un complet mecanisme assistencial que incloïa, entre d´altres, un sistema d´educació i sanitat pública modèlic. A partir dels anys setanta, el paradís social alemany es començà a posar en entredit a causa de la crisi econòmica i energètica mundial. A pesar d´aquesta crisi generalitzada, Alemanya aguantà l´envestida i continuà intentant mantenir, al màxim, les prestacions assistencials per als ciutadans. Des de l´any 1989 la unificació de les dues alemanyes incrementà encara més les pressions crítiques sobre un Estat assistencial germànic que, contra tot pronòstic, va resistir dignament els atacs teòrics que anava rebent des del nou liberalisme.

Les darreres eleccions alemanyes, celebrades el 18 de setembre de 2005, estaven marcades per una campanya centrada en la reforma de l´Estat del benestar. Un Estat del benestar que ja fou començat a ser reformat, durant la passada legislatura i en forma de retallades, pel canceller socialdemòcrata Gerard Schröder. Les reformes impulsades per Schröeder generaren una forta oposició popular, i es presumia que provocarien, a les eleccions de 2005, una autèntica sagnia de vots per al Partit Socialdemòcrata Alemany (SPD). Al sector oposat, la dreta política (representada per la coalició CDU-CSU) advocà durant tota la campanya per una transformació radical, de signe ultraconservador, de l´Estat del benestar alemany.
Els resultats de les eleccions de setembre de 2005 foren sorprenents: encara que totes les enquestes havien donat un avantatge clar a la CDU-CSU, socialdemòcrates i democratacristians assoliren un resultat d´empat tècnic. A més, Els Verds alemanys mantingueren un resultat digne que superava el vuit per cent dels vots. Per afegitó, i de manera inesperada, una nova coalició d´esquerres denominada Die Linke, que aglutinà els excomunistes del PDS i el nou partit WASG, de l´exsocialdemòcrata esquerrà i heterodox Oskar Lafontaine, sumà gairebé quatre milions de vots i obtingué cinquanta-quatre diputats. Així, amb aquests resultats, hi havia la possibilitat d´establir una coalició de govern de signe progressista que aglutinàs socialdemòcrates, esquerrans i verds. No obstant això, i a causa en part de les enemistats personals dels líders dels diversos partits d´esquerra, la socialdemocràcia va optar per establir un pacte amb la dreta de la CDU-CSU. D´aquesta forma, el proppassat 22 de novembre s´elegia la candidata conservadora, Angela Merkel, com a nova canceller.

El pacte entre el SPD i la CDU-CSU és, segons la meva opinió, una mostra més de la denominada mort de les ideologies. De cada vegada més, les diferències entre dreta i socialdemocràcia van desapareixent en el pla econòmic, i es confonen, uns i altres, en la majoria d´ocasions. Així, el pacte entre socialdemòcrates i conservadors alemanys ha quedat signat, les carteres ministerials repartides i les polítiques antisocials marcades. L´Estat del benestar alemany serà el banc de proves de la coalició, i, molt probablement, els sectors menys afavorits de la societat, les seves víctimes. Així, el govern alemany, després de segles, no podrà ser titllat de dretes o d´esquerres, sinó que serà un govern d´ambidextres globalitzats i ajustats al pensament políticament correcte.

Antoni Bennàssar Moyà és professor de Dret Constitucional de la UIB.

19 de desembre 2005

Rèplica amb afany de polèmica



He tengut l'honor de què el meu article sobre l'anticatalanisme a la política espanyola hagi estat replicat al diari El Mundo - El Día de Baleares pel catedràtic de història del Dret, el professor Roman Piña. Ara només me queda posar-me a escriure la contrarèplica.

Esperando debatir con Antoni Bennassar

ROMAN PIÑA HOMS


Hace algo más de una semana, el profesor Antoni Bennassar publicaba en el DM un artículo de estos que llaman la atención. Lo titulaba L'anticatalanisme en la política espanyola y constituía una expresiva muestra de un modo de pensar muy compacto que se extiende entre no pocos jóvenes intelectuales de signo nacionalista, tanto en Cataluña como en las Baleares. Nada mejor para el segregacionismo, que partir del «no nos quieren» o sea del reconocimiento de un supuesto «odi anticatalà», sin parar ni un instante en el odio antiespañol de muchos nacionalistas, instalado permanentemente en el agravio, dentro de la propia Cataluña y de las Islas.

Mi aprecio hacia Bennassar es evidente. Fue un excelente estudiante y hoy es un prometedor profesor de Derecho Constitucional. Su calidad humana está fuera de dudas, y también su agudeza intelectual, evidenciada en su memoria para la suficiencia investigadora que centrada en el concepto de democracia, a mi modo de ver, constituyó un excelente ejercicio de inteligencia y bagaje cultural. Precisamente porque mi reconocimiento hacia él viene siendo constante, me ha llamado la atención el hecho de que ante la problemática nacionalista, al menos en el artículo publicado, se haya mostrado tan estancado en la ortodoxia del momento, repitiendo las tesis que día tras otro repiten los entusiastas, ya no sé si del federalismo asimétrico, del independentismo puro y simple, o de la España plural, formulada por Maragall y por Zapatero, bajo el nuevo etiquetado de «nación de naciones».

Bennassar, como la práctica totalidad de sus compañeros de ideología, da por más que probado que cuantos nos sentimos españoles mostramos sistemáticamente un anticatalanismo visceral, destructor de cuanto significa autonomía y respeto a la señas de identidad del pueblo catalán. Para demostrarlo, Bennassar acude al esperpéntico Millán Astray, al tradicionalista Ramiro de Maeztu e incluso al republicano Manuel Azaña -se deja a Ortega- para terminar enlazando el anticatalanismo de los españolistas de siempre, con la gran campaña de hoy, evidenciada en lo del cava, las selecciones deportivas catalanas, y el plan hidrológico y trasvase del agua del Ebro, porque no nos engañemos, lo que hoy está viviendo Cataluña, dirá absolutamente convencido el joven profesor, es un atac mediàtic i polític frontal de la dreta política espanyola a la voluntad del Parlament de Catalunya.

Y aquí, amigos, es cuando entro en crisis. ¿Tan peligroso es el nacionalismo, que incluso es capaz de adormecer a mentes inteligentes como la de Bennassar? ¿Acaso puede, un joven intelectual como él, dejar de comprender que España, mientras no cambie precisamente su propio orden constitucional, tiene perfecto derecho a impulsar el debate -que el nacionalismo sólo entiende a modo de «atac mediàtic»- y a discutir el Estatut en el seno de la única instancia de auténtica soberanía nacional, que es la de su Congreso de los Diputados? Pues por lo visto, sí puede dejar de comprenderlo. Este joven y prometedor profesor puede dejar de comprender algo tan elemental como esto. Imagínense, queridos lectores, lo que podrán dejar de comprender, miles y miles de gentes, con dotación intelectual inferior a la de Bennassar. Y esto es lo preocupante.

Pero si esto que entiendo como ofuscación de mentes lúcidas, en base a la pasión nacionalista, es un fenómeno palpable, no menos lo es su desconocimiento y tergiversación de la Historia, en base a su adscripción a tópicos de los que no hay quien les mueva. Bennassar no es un historiador, pero tendría que saber que Cataluña no perdió su soberanía en 1714 y no la perdió porque jamás la tuvo. Cataluña dispuso durante siglos, del llamado «pactismo político» o sea de algo así como un sistema de libertades que frenaba la autoridad real; un sistema que incluso le llevó a duros enfrentamientos con dicha autoridad. Donde radicó constantemente el poder soberano del Principado, fue en sus condes-reyes, que en virtud de su soberanía alcanzaron a dar vida a una monarquía compuesta, iniciada hábilmente, sin traumas ni fracturas, desde finales del XV.

Pero si como vemos, muchos no se apean del burro en esto de una supuesta «soberanía perdida», menos se apean en lo de comprender que en 1714 lo que terminó fue una guerra civil, en la que tan catalanes fueron los austracistas como los botifleurs. El nacionalismo catalán ha tergiversado algo tan obvio, y terminado por imponer la falacia de que lo que sucumbió en 1714 fue naturalmente la «nación catalana». Yo recomendaría a Bennassar que detecte incluso el cambio de perspectiva que algunos historiadores catalanes de hoy comienzan a ofrecer.

Este es el caso de Nuria Sales, de Enric Tello, y sobre todo de Rosa Maria Alabrús. Si se da una vuelta por la espléndida exposición estos días montada por Perico Montaner en el Archivo Municipal de Palma sobre la Guerra de Sucesión, podrá tomar nota de esta reciente bibliografía. Y es que en Cataluña, por supuesto, hay mucha gente que aún piensa, y que incluso sabe que defender o criticar el proyecto de Estatut, es una opción ciudadana perfectamente válida, que no convierte a sus ciudadanos en traidores a la patria, como hace trescientos años tampoco les convirtió en traidores el hecho de haber sido leales a Felipe V.

Otro tópico en el que pienso que cae Bennassar, es en el de entender la historia de España, como una historia de constantes tensiones entre Cataluña y lo que llama l´Estat Espanyol. Me parece falso. Ni tan siquiera lo fue durante los que dice darrers tre-cents anys. Los catalanes, a partir de Felipe V, vivieron un siglo XVIII de prosperidad indiscutible, gracias a la apertura de sus puertos al comercio con América hispana, sólo truncada con la guerra frente al invasor napoleónico; una guerra, por cierto, en la que combatieron quizás como la región más españolista y resueltamente antifrancesa de nuestra monarquía. Aconsejo al respecto el reciente estudio de Puig i Oliver. Igualmente generosa con Cataluña fue la España de la República, y quien rompió con la legalidad no fue Madrid, sino Lluís Company, el 6 de octubre de 1934, declarando «l'estat català dins la República Federal Espanyola». ¿Me equivoco? ¿Mucho quisiera que mi inteligente y admirado Antoni Bennassar me rebatiese. El envite a su inteligencia está echado.