19 de desembre 2005

Rèplica amb afany de polèmica



He tengut l'honor de què el meu article sobre l'anticatalanisme a la política espanyola hagi estat replicat al diari El Mundo - El Día de Baleares pel catedràtic de història del Dret, el professor Roman Piña. Ara només me queda posar-me a escriure la contrarèplica.

Esperando debatir con Antoni Bennassar

ROMAN PIÑA HOMS


Hace algo más de una semana, el profesor Antoni Bennassar publicaba en el DM un artículo de estos que llaman la atención. Lo titulaba L'anticatalanisme en la política espanyola y constituía una expresiva muestra de un modo de pensar muy compacto que se extiende entre no pocos jóvenes intelectuales de signo nacionalista, tanto en Cataluña como en las Baleares. Nada mejor para el segregacionismo, que partir del «no nos quieren» o sea del reconocimiento de un supuesto «odi anticatalà», sin parar ni un instante en el odio antiespañol de muchos nacionalistas, instalado permanentemente en el agravio, dentro de la propia Cataluña y de las Islas.

Mi aprecio hacia Bennassar es evidente. Fue un excelente estudiante y hoy es un prometedor profesor de Derecho Constitucional. Su calidad humana está fuera de dudas, y también su agudeza intelectual, evidenciada en su memoria para la suficiencia investigadora que centrada en el concepto de democracia, a mi modo de ver, constituyó un excelente ejercicio de inteligencia y bagaje cultural. Precisamente porque mi reconocimiento hacia él viene siendo constante, me ha llamado la atención el hecho de que ante la problemática nacionalista, al menos en el artículo publicado, se haya mostrado tan estancado en la ortodoxia del momento, repitiendo las tesis que día tras otro repiten los entusiastas, ya no sé si del federalismo asimétrico, del independentismo puro y simple, o de la España plural, formulada por Maragall y por Zapatero, bajo el nuevo etiquetado de «nación de naciones».

Bennassar, como la práctica totalidad de sus compañeros de ideología, da por más que probado que cuantos nos sentimos españoles mostramos sistemáticamente un anticatalanismo visceral, destructor de cuanto significa autonomía y respeto a la señas de identidad del pueblo catalán. Para demostrarlo, Bennassar acude al esperpéntico Millán Astray, al tradicionalista Ramiro de Maeztu e incluso al republicano Manuel Azaña -se deja a Ortega- para terminar enlazando el anticatalanismo de los españolistas de siempre, con la gran campaña de hoy, evidenciada en lo del cava, las selecciones deportivas catalanas, y el plan hidrológico y trasvase del agua del Ebro, porque no nos engañemos, lo que hoy está viviendo Cataluña, dirá absolutamente convencido el joven profesor, es un atac mediàtic i polític frontal de la dreta política espanyola a la voluntad del Parlament de Catalunya.

Y aquí, amigos, es cuando entro en crisis. ¿Tan peligroso es el nacionalismo, que incluso es capaz de adormecer a mentes inteligentes como la de Bennassar? ¿Acaso puede, un joven intelectual como él, dejar de comprender que España, mientras no cambie precisamente su propio orden constitucional, tiene perfecto derecho a impulsar el debate -que el nacionalismo sólo entiende a modo de «atac mediàtic»- y a discutir el Estatut en el seno de la única instancia de auténtica soberanía nacional, que es la de su Congreso de los Diputados? Pues por lo visto, sí puede dejar de comprenderlo. Este joven y prometedor profesor puede dejar de comprender algo tan elemental como esto. Imagínense, queridos lectores, lo que podrán dejar de comprender, miles y miles de gentes, con dotación intelectual inferior a la de Bennassar. Y esto es lo preocupante.

Pero si esto que entiendo como ofuscación de mentes lúcidas, en base a la pasión nacionalista, es un fenómeno palpable, no menos lo es su desconocimiento y tergiversación de la Historia, en base a su adscripción a tópicos de los que no hay quien les mueva. Bennassar no es un historiador, pero tendría que saber que Cataluña no perdió su soberanía en 1714 y no la perdió porque jamás la tuvo. Cataluña dispuso durante siglos, del llamado «pactismo político» o sea de algo así como un sistema de libertades que frenaba la autoridad real; un sistema que incluso le llevó a duros enfrentamientos con dicha autoridad. Donde radicó constantemente el poder soberano del Principado, fue en sus condes-reyes, que en virtud de su soberanía alcanzaron a dar vida a una monarquía compuesta, iniciada hábilmente, sin traumas ni fracturas, desde finales del XV.

Pero si como vemos, muchos no se apean del burro en esto de una supuesta «soberanía perdida», menos se apean en lo de comprender que en 1714 lo que terminó fue una guerra civil, en la que tan catalanes fueron los austracistas como los botifleurs. El nacionalismo catalán ha tergiversado algo tan obvio, y terminado por imponer la falacia de que lo que sucumbió en 1714 fue naturalmente la «nación catalana». Yo recomendaría a Bennassar que detecte incluso el cambio de perspectiva que algunos historiadores catalanes de hoy comienzan a ofrecer.

Este es el caso de Nuria Sales, de Enric Tello, y sobre todo de Rosa Maria Alabrús. Si se da una vuelta por la espléndida exposición estos días montada por Perico Montaner en el Archivo Municipal de Palma sobre la Guerra de Sucesión, podrá tomar nota de esta reciente bibliografía. Y es que en Cataluña, por supuesto, hay mucha gente que aún piensa, y que incluso sabe que defender o criticar el proyecto de Estatut, es una opción ciudadana perfectamente válida, que no convierte a sus ciudadanos en traidores a la patria, como hace trescientos años tampoco les convirtió en traidores el hecho de haber sido leales a Felipe V.

Otro tópico en el que pienso que cae Bennassar, es en el de entender la historia de España, como una historia de constantes tensiones entre Cataluña y lo que llama l´Estat Espanyol. Me parece falso. Ni tan siquiera lo fue durante los que dice darrers tre-cents anys. Los catalanes, a partir de Felipe V, vivieron un siglo XVIII de prosperidad indiscutible, gracias a la apertura de sus puertos al comercio con América hispana, sólo truncada con la guerra frente al invasor napoleónico; una guerra, por cierto, en la que combatieron quizás como la región más españolista y resueltamente antifrancesa de nuestra monarquía. Aconsejo al respecto el reciente estudio de Puig i Oliver. Igualmente generosa con Cataluña fue la España de la República, y quien rompió con la legalidad no fue Madrid, sino Lluís Company, el 6 de octubre de 1934, declarando «l'estat català dins la República Federal Espanyola». ¿Me equivoco? ¿Mucho quisiera que mi inteligente y admirado Antoni Bennassar me rebatiese. El envite a su inteligencia está echado.