Ja s'ha suscitat el debat, i he tingut l'oportunitat de què hagi aparegut al diari El Mundo de dia 28 de desembre la primera rèplica al meu article.
EL TELESCOPIO
Catalunya triomfant o Catalunya declinant?
ANTONIO ALEMANY DEZCALLAR
En realidad no pretendo terciar en la polémica que protagonizan en estas páginas un catedrático de Historia del Derecho como Román Piña y un, creo que joven, profesor de Derecho Constitucional llamado Antonio Bennàssar, polémica que sería interesante si fuera, de verdad, polémica, es decir, un toma y daca argumental tras haber fijado y delimitado el sujeto del debate. No ha sido así, como suele ocurrir frecuentemente con los catalanistas: frente a un Román Piña que plantea la discusión en términos históricos -la supuesta pérdida de una soberanía catalana que jamás existió- la respuesta es una retahíla de tópicos típicos del discurso nacionalista convertido en una especie de pared de frontón que devuelve siempre y de la misma forma la pelota.
Pero lo que me ha llamado la atención de esta polémica es que el profesor Bennàssar no entrara en una cuestión, a mi juicio clave, tanto desde el punto de vista histórico como desde el presente panorama generado por el proyecto de Estatuto catalán y que pertenece a la especialidad -es, en realidad, su sujeto central- del citado profesor: la soberanía, dónde está residenciada y quién la detenta. Antes y ahora, en la Historia y en este preciso momento procesal que los catalanistas quieren constituyente.
Esquemática y simplificadamente, el argumentario catalanista suele ser el siguiente y no escapa a la norma el profesor Bennàssar:
Primero. Cataluña ha sido sistemáticamente agredida por España, lo cual es metafísicamente imposible puesto que España es, histórica, sociológica, económica y políticamente una creación de todos los que formamos parte de ella, teniendo Cataluña y los catalanes un papel importante en esta gestación y consolidación de la Nación y del Estado común. España no agrede a Cataluña porque nadie se agrede a sí mismo.
Segundo. Parafraseando a Hobsbawm, el catalanismo es un perfecto ejemplo de esto que el autor marxista -y no por marxista, menos lúcido- llama, en conocido libro, la invención de la tradición. Los catalanistas se inventan una tradición, es decir, una Historia de victimismo que, a estas alturas de la historiografía - catalana, del resto de España y del hispanismo anglosajón y francés- no aguanta un sólo round. La invención consiste en transformar conflictos sociales internos de Cataluña o un conflicto internacional -la guerra de Sucesión- o la guerra civil española -que fue, también, guerra civil en Cataluña y entre catalanes- como una agresión a Cataluña. Por no hablar de otras más fabulosas invenciones como es, en pecado de lesa Historia, interpretar la Edad Media, la conquista de Mallorca o el Reino de Aragón -del que se apropian impudorosamente- en clave de un catalanismo político del siglo XX que ya se habría manifestado avant la lettre 800 años antes.
Tercero. El proyecto de Estatuto catalán es el último episodio de este victimismo y que se plantea desde una falsedad, que, concretamente un profesor de Derecho Constitucional, debería, por lo menos, desbrozar con el instrumental metodológico que le confiere su especialidad. Cataluña, como alta parte contratante, propone a España una nueva forma de vertebración del Estado y lo hace desde la legitimidad, que se exhibe con tanta imprecisión como deshonestidad, que le confiere el voto del 90% de su parlamento autonómico. De entrada, Cataluña no es alta parte contratante de nada: no hay, en el origen y consolidación de España y su Estado, ningún pacto federal y, mucho menos, confederal que pudiera siquiera levemente autorizar estas audacias. Pero hay algo peor y especialmente perverso en esta farsa: lo que un procesalista llamaría ausencia de legitimidad para personarse en un auténtico proceso constituyente que arrambla con la Constitución como han reconocido prácticamente todos los tratadistas sin excepción y todas las fuerzas políticas -incluido el PSOE del irresponsable ZP- con la excepción de los nacionalistas vascos y catalanes.
¿Cómo se atreven ustedes -nos espetan- a cuestionar la legitimidad de este proyecto estatutario cuando los legítimos representantes del pueblo catalán lo han suscrito en un 90%? Pues claro que de forma casi unánime se cuestiona esta legitimidad. Este 90% del Parlamento fue elegido exactamente para integrar el cuerpo legislativo catalán, no para iniciar un proceso constituyente, ni en Cataluña ni en España. La soberanía de este Parlamento catalán no es originaria, sino derivada de la soberanía encarnada por las Cortes que, a su vez, derivan de una Constitución impulsada y aprobada por el único y excluyente poder constituyente del país: el pueblo español. Los catalanes votaron abrumadoramente esta Constitución. Y lo hicieron siguiendo las pautas establecidas en todas las democracias occidentales: elección de unas Cortes única y exclusivamente para redactar la Constitución y proponerla, mediante referéndum, al único detentador de la soberanía, disolviéndose a continuación. Los representantes autonómicos no son quienes para subrogarse en el poder constituyente y lo están haciendo, aquí y ahora y con este proyecto de Estatuto. Sólo un irresponsable como Zapatero, con total ausencia de sentido del Estado, puede dar cancha a semejante despropósito.
Y, cuarto. Dice Bennàssar que, si se aprueba esta tropelía, al menos en los términos en que está redactada, podría llevar a una Catalunya triomfant, rica i plena. No parece que la generosa autonomía que tiene Cataluña haya ido en esta dirección, sino al revés: una Cataluña ensimismada y cada vez más provinciana, superada en dinamismo por Madrid y Valencia, instalada en un autismo autoritario e interventor que convierten en irreconocible la que antaño era referente de lo liberal y lo progresista, con una prensa acrítica y una orwelliana policía de la virtud lingüística cuyas únicas diferencias con las policías de la moral de los países islámicos son -por el momento- de grado y que en lugar de perseguir a las mujeres islámicamente incorrectas persigue a los ciudadanos catalánicamente incorrectos. Mi impresión es que estamos ante una Catalunya declinant que cada vez interesa menos al resto de españoles, como lúcida y amargamente advirtió Arcadi Espada.
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