Ha de crearse un Estado nuevo dentro del cual podamos vivir todos. A esto, líricamente, se suele llamar revolución. Hemos de hacer saltar la clave del arco en el cual se cifran todos los estigmas de la sífilis històrica que la estructura oficial española padece. El Estado ha de salir de la voluntad popular y ha de ser la garantía de la libertad. A esto se le llama República. Y si hemos de vivir juntos, catalanes y castellanos, respetándonos mutuamente, ha de ser en virtud de la federación y no en virtud del corrompido prestigio de instituciones extenuadas. Esta revolución que propugnamos no se dirige contra un Estado ficticio, sino contra un Estado real. Vosotros, catalanes, maldecís muy justamente del Estado español; nosotros también. Pero la frontera que divide a los amigos y enemigos del Estado español no es geográfica como la frontera lingüística sino social. Si el Estado español tiene acérrimos enemigos en Castilla, también el Estado español ha tenido (espero que no los tenga más) amigos y valedores en Cataluña, es decir, gente que ha pospuesto su catalanismo liberador a la preocupación fanática del interés de clase y se ha aliado mostruosamente con ese mismo Estado que debería considerar como su enemigo natural si escuchase su conciencia de catalanes.
En resumen: queremos la libertad catalana y la española. El medio es la revolución; el objetivo la República, y la táctica oponer una barrera incónmovible al confusionismo y a la bastardía.
Discurs d'en Manuel Azaña al restaurant Pàtria, Barcelona, 27 de març de 1930. Manuel Azaña: Discursos Políticos, Crítica, Barcelona, 2004, pàgina 75.
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