02 d’agost 2008

Sobre corbates


Jo, com molts altres, sóc poc amic de portar corbata. En la professió del Dret és gairebé una peça de roba imprescindible per a determinades activitats, tal i com pot ser anar a les vistes orals del judicis. He vist en ocasions a advocats demanar excuses al jutge per no haver pogut portar corbata a un acte judicial. Ara, arran de l'incident que va protagonitzar José Bono al Congrés dels Diputats, la qüestió de les corbates s'ha tornat a posar de moda. I dins de la literatura sorgida, destacaria un gran article d'Andrés Trapiello publicat a El Magazine de dia 27 de juliol de 2008.

CORBATAS, CRUCIFIJOS Y OTROS ARREOS

ANDRÉS TRAPIELLO

¿Qué hombre no ha tenido en algún momento de su vida un altercado serio a cuenta de una corbata?. Hace años, formando parte del tribunal que sometía a escrutinio las solicitudes de los aspirantes a becarios de la Academia de España en Roma, se me acercó uno de los beneméritos miembros de la Academia de San Fernando (en cinco años no vi en ese jurado ni una sola miembra). Delante de todo el mundo me afeó que me hubiese presentado sin corbata. El día, de julio, era rigurosamente caluroso, y pongo por testigo de ello al severo crucifijo que presidía todas nuestras deliberaciones. Fue una situación embarazosa porque yo no conocía en absoluto a aquel hombrecillo del que me desagradó especialmente el puñado de pelos que le salían, como una brocha, de las orejas y las narices. Creo que tendría que haberle contestado que yo llevaría corbata el día que pasara él por las manos de un peluquero que le podara aquellas pelambres asquerosas. Pero, atacado de furiosa erubecescencia, le confesé tímidamente que la corbata era preceptiva para los académicos, pero no para los artistas y escritores a los que por fortuna esta bendita sociedad nuestra deja hacer, en asuntos talares, lo que les sale de los... Pocas veces se habrá visto a una palabra tan procaz ganar tan bellamente una batalla. El académico, vencido por el desvergonzado lenguaje del arrabal, se dio media vuelta mascullando no supimos bien si disculpas o coléricos deseos de venganza.

Hace unas semans, un ministro se le ha negado al presidente de las Cortes a ponerse una corbata y dentro de unas semanas es probable que los crucifijos dejen de presidir los actos públicos. Contra lo que tal vez piensen muchos, ambos hechos son igualmente trascendentales y simbólicos en su nimiedad. La corbata, en su actual abstracción, es una de las prendas más tontas que exista, y bastante tontas suelen ser casi siempre las razones que favorecen su uso indiscriminado. La mayor parte de las veces se la pone uno para no ser el único que no la lleva y convertirse involuntariamente en el centro de todas las miradas. El presidente de las Cortes cree, sin embargo, que la corbata es necesaria para "vestir" de respetabilidad el cargo, lo cual es una de esas chorradas inconsistentes que hacen fortuna sólo porque se han reiterado. Unamuno no la usó en su vida, ni siquiera siendo rector, y habría seguido rechazándola así le hubieran nombrado presidente de la República. ¿Y qué habría pensado del asunto de los crucifijos, él, que dedicó un maravilloso libro al Cristo de Velázquez?

La corbata no es ni ha sido otra cosa que el símbolo del poder. Lo que en origen distinguía a los ricos de los pobres, que sólo se la ponen cuando quieren parecer más ricos de lo que son (en bodas, bautizos y comuniones) o más respetables de lo que suelen creer otros. La corbata es, diríamos, como el crucifijo del capitalismo, por lo mismo que el crucifijo, en el pecho de obispos, cardenales y papas, es la corbata del clero más remiso a perder sus privilegios. Los cargos "se visten" por dentro, habría dicho probablemente Unamuno, y los crucifijos...también. Demasiadas cruces llevamos todos en esta vida como para tener además que cargar con corbatas, crucifijos y otros arreos....