El diari El Mundo publica un impressionant relat, en forma d'entrevista, de la vida d'una menor alcohòlica. Crec que tot plegat ens hauria de fer reflexionar sobre el paper que representen determinats estils de vida pel futur de la infància i la joventut. Comença a ser hora que la societat es plantegi si la cultura del botellón, de les drogues sintètiques, de les sortides fins a la matinada de nins i nines de quinze anys, unida de la relativització de gairebé qualsevol patró moral, és el camí a seguir. No tinc solucions màgiques, ni grans receptes de caire moral a dir, però el que sí sé és que aquest relat m'ha impactat.
Empecé a consumir drogas por tontería, por darme importancia ante mis compañeros de clase y creerme la más vacilona del instituto, la más flipada, la que iba al BCM mientras otros se quedaban en casa. Así me sentía superior.
Volvía a mi casa cayéndome por los suelos, con las media rotas, sin zapatos, los tacones rotos, con la falda no sé dónde, superborracha, vomitando. Cualquiera podía abusar de mí, violarme. Al día siguiente te sientes muy mal contigo misma y, ¿qué haces?, pues beber más para quitarte ese malestar.
El mono del alcohol es el peor que hay, el único que te puede matar. Cada mes recaía hasta que me cabreé tanto conmigo misma que me dije, ¡basta ya, joder!, voy a cumplir 22 años, bebo desde los 15, he perdido lo más bonito de mi adolescencia y no quiero desperdiciar el resto de mi vida.
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